miércoles, 1 de julio de 2009


Cáceres, capital cultural

José Joaquín Rodríguez Lara


FLOTA sobre el misterio, en la incertidumbre del calerizo, esa especie de monstruoso queso emmental -que es el de los agujeros, y no el gruyere- del que durante años se temió que devorase la cruz de los caídos, una docena de edificios y el Paseo de Cánovas con el concejal de jardinería dentro. Cuentan que, ya en tiempos, se tragó una carreta de bueyes, con los bueyes, y media charca Musia.

Un misterio que, sin dejar la geofísica, salta a la antropología en la caverna de Maltravieso, descubierta a traición, que conserva en sus paredes el enigma de numerosas manos pintadas a las que les falta el dedo meñique. Es una cueva temática, y el mejor yacimiento mundial en su especialidad, de la que, para alimentar la intriga, aún no se ha descubierto su acceso original, donde seguramente quedarán restos domésticos y alguna información sobre quienes se dejaron las manos en sus recovecos.

Tiene Cáceres tres importantes asentamientos romanos: la colonia Norba Caesarina, en el cogollo de la ciudad, de la que se conservan lienzos de muralla y accesos; el campamento Castra Caecilia, al que se llama 'Cáceres el Viejo', una joya todavía por desenterrar que podría darle empleo a más de un arqueólogo, además del rompecabezas de Castra Servilia, otro acuartelamiento que no se sabe dónde está -incluso podría ser el propio 'Cáceres el Viejo'-, es el recinto desde el que se cree que partieron los asesinos de Viriato. Castra Servilia es uno de los misterios de la romanización y está por Cáceres.

La naturaleza no le dio río, pero venera su 'Fuente Concejo' y conserva aljibes que le apagaron la sed durante siglos. El más famoso está en la Casa de las Veletas, sumándole secretos a un museo laberíntico, heterogéneo -con arqueología, etnografía y artes plásticas- y tan mal iluminado que es muy difícil apreciar los detalles de su impresionante colección de estelas y prácticamente imposible leer las cartelas que deberían explicarlas. Lo mismo ocurre con la epigrafía. Entre las publicaciones que se venden en la Casa de las Veletas no hay una guía del museo, ni una monografía sobre las estelas, ni cambio de 50 euros -de 50- para comprar otro libro que cuesta 12, ni tampoco está a mano la llave de una caja de caudales en la que, al zarandarla, parece que hay suelto. Eso sí, el personal es amable, un encanto de personas en una ciudad encantada -de magia, de cine, de Womad y de teatro-, en la que brama el epitafio de los Golfines, humilde monumento a la soberbia: 'Aquí esperan los Golfines el día del Juicio'. El día del Juicio y que la carrera hacia la capitalidad cultural, además de un sueño, empiece a cuajar en proyectos concluidos, más allá del reparto de 80.000 posavasos.

El tripartito -otra incógnita-, o lo que de él quede, y la Junta tienen para entretenerse. ¡Que les cunda!

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