jueves, 31 de octubre de 2013

Emigrar hacia dentro


José Joaquín Rodríguez Lara


La emigración destrozó a Extremadura durante los años 60 y 70 del siglo pasado. La región extremeña -que está en el suroeste de España, aunque hay mucha gente que todavía no lo sabe- perdió una tercera parte de su población, entre 300.000 y 400.000 personas. Son muchas para un tierra que se apaña con el millón de habitantes; son tantas que Extremadura todavía no se ha recuperado de aquel mazazo migratorio.


Fue como si se rompiese el tapón de la alberca, lo más parecido a destapar el sumidero del estanque y que las tinieblas arrastrasen el agua y todas las ilusiones disueltas en ella para regar de extremeños, de mano de obra barata, otras tierras, para fertilizarlas y hacerlas prosperar, mientras Extremadura se quedaba seca, sin sangre en los surcos, al borde del finiquito, víctima de un irrefrenable vórtice poblacional, que diría mi admirado Manuel Vicente González, futbolista con más clase, más madridista y, sobre todo, mucho mejor escritor que Jorge Valdano, a quien Dios mantenga fuera del Madrid.


Aquella hemorragia emigratoria, aquel río de lágrimas, aquel desfile de maletas heridas -hacia Alemania, a Suiza, a Bégica, Móstoles, Bilbao, Hospitalet, Luxemburgo, Francia, Pamplona, etcétera- desgajó familias, vació pueblos, robó talentos y trastocó definitivamente los pasos de Extremadura. 

 

Como hijo de emigrante -mi padre trabajó durante once años en Alemania- conozco perfectamente todo lo malo y, también, lo bueno que nos acarreó la emigración a los extremeños. La herida de las ausencias se cerró, pero cinco decenios después, 50 años, que se dice pronto, ahí sigue la cicatriz, el chirlo imborrable que nos cruza la cara.


Los extremeños que ahora tienen 20 o 30 años no vivieron aquel proceso desgarrador, pero la mayoría de ellos están sufriendo otro no menos doloroso: la crisis, ese pozo negro de la economía que tanto tiene también de sangría migratoria. Y no solo porque se ha vuelto a romper el tapón de la alberca y por ese sumidero perdemos a los mejores, a los jóvenes con más preparación y con más fuerzas para asegurar la fertilidad de la región que les vio nacer, sino porque la crisis está originando en Extremadura otro tipo de emigración igualmente perniciosa: la emigración hacia dentro.


Quienes nos hemos quedado sin empleo y hemos visto reducirse o desaparecer nuestros ingresos, sin encontrar algún modo de vida laboral más allá de los límites regionales, estamos siendo arrastrados por un remolino, por un torbellino interior, por ese vórtice del que habla Manuel Vicente González. Es una emigración sin maletas, pero con despedidas, con lágrimas, con miedos y con incertidumbres. Aquellos emigrantes conocían el destino y la duración de su viaje; la mayoría de los actuales, no. Es una emigración que no te lleva a Suiza, pero que te encierra en tu casa, si la tienes; que no te obliga a cambiar de idioma, pero que te deja sin palabras; que no te impone costumbres ajenas, pero que te roba las tuyas; una emigración que no vacía los pueblos, pero que vacía las calles, las tiendas, los bares, las empresas, etcétera, etcétera, etcétera.


Tras el dolor de la marcha, los emigrantes extremeños de los 60 y de los 70 volvían al pueblo de vacaciones, menos negros, menos flacos, más risueños y decididos a casarse, a comprarse una casa, un huerto, un coche... Habían ido a ganarse la vida al fin del mundo y lograron vivir y darle vida a sus familias. Por el contrario, los emigrantes de esta emigración hacia dentro no volvemos a casa de vacaciones porque estamos en casa sufriendo unas vacaciones forzosas; además, estamos más negros, mucho más que cuando estalló la crisis; en general, hemos perdido peso; reímos menos y no abundan los planes de boda ni de compras de casa, de huertos o de coches. Nos han robado el horizonte.


La herida de la crisis, de la emigración interior se encuentra aún tan abierta en Extremadura, tan palpitante, que resulta temerario predecir cómo será la cicatriz que nos deje; pero la dejará, sin duda que la dejará.

4 comentarios:

  1. Cómo no lamentar esa situación que se ha creado y que tú sufres de manera intensa y profunda. Lo que está sucediendo es desolador y se agudiza aún más si cabe. Vemos ahora cómo padres de familia con poco más de 40 años e hijos a su cargo, excelentes profesionales, trabajadores cabales pierden el empleo y se ven obligados a emprender esa senda que tú señales, esa emigración interior. Refugirarse en la sala de estar mientras encanecen. Dramático

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  2. Es dramático, como dices, y hasta trágico. El único remedio es no rendirse.

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  3. Muy bien descrito, precisosa narración.

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