martes, 28 de octubre de 2025

La canción del Otoño

José Joaquín Rodríguez Lara

Al final del Invierno, los países nórdicos reciben con patatas cocidas y otros alimentos a las grullas, que llegan de España en cuyos campos se han estado alimentando, desde el final del Verano, con bellotas de las dehesas extremeñas, con maíz de las tierras de regadío y con otros granos.
    En los países nórdicos, el gruar de las grullas, su trompeteo, anuncia la Primavera. ¡El final del frío y el de los hielos!
    Yo acabo de salir al balcón para recibir a la lluvia. Llega del Noroeste, después de haberse alimentado en el Océano. La acaricio mientras me empapa. La recibo con esperanza, porque fecunda a las dehesas y anuncia que empieza el Otoño. La mejor estación del año, la más generosa, la plena de sensata madurez, la de frutos más necesarios. Si no hubiese castañas, bellotas, nueces..., el año moriría de hambre tras el Verano.
    La lluvia es la canción del Otoño. Y las grullas lo saben.

lunes, 27 de octubre de 2025

Guardiola deja a Gallardo sin piso de soltero


José Joaquín Rodríguez Lara


Doña María Guardiola, que preside el Gobierno de Extremadura, ha tomado la legítima decisión de adelantar la convocatoria de las elecciones regionales al 21 de diciembre. Esto es bueno y malo, a la vez y en igual medida, para Miguel Ángel Gallardo, protagonista estelar en la contratación del hermano de Pedro Sánchez, como coordinador musical de la Diputación de Badajoz cuando la presidía el propio Gallardo.
     Se dice, se comenta, se especula con que el PSOE elegiría a Gallardo senador, por la Asamblea de Extremadura, en sustitución del fallecido Guillermo Fernández Vara. D
urante esta legislatura. Esto acrecentaría su blindaje frente a la Justicia y entorpecería el procesamiento del hermano músico. La disolución de la Asamblea, debido a la convocatoria de elecciones, ya no permite o, al menos, retrasa la designación de Gallardo para ocupar un escaño en la Cámara Alta. También dificulta enormemente la designación de un cabeza de lista sin juicios pendientes que sustituya a Gallardo en la papeleta electoral. Salvo que se haga manu militari, usando el dedo índice como espada de gobernar.
    Se dice, se comenta, se especula con que el sustituto de Gallardo iba a ser el también extremeño Carlos Cuerpo, actual ministro de Economía y de algunos departamentos más. Sacar a Cuerpo del gabinete de Sánchez para hacerlo cabeza de lista y candidato a la Presidencia de la Junta de Extremadura es un buen pretexto para justificar y difuminar una crisis de Gobierno más amplia, ahora que los amigos catalanes aseguran que van a dejar vendido y en la cuneta a Sánchez.
  Sin embargo, todo parece muy precipitado. Demasiadas urgencias. Excesiva improvisación. No está el horno para bollos y hasta las recetas más simples requieren su tiempo para cocinarlas. Así que la convocatoria electoral deja a Gallardo, por ahora, sin piso de soltero en Madrid, tan cerca y tan lejos de la habitación de invitados que seguro hay en el palacio de la Moncloa, pero a cambio le garantiza seguir viviendo del sueldo de diputado por la Asamblea cuatro años más.
     Menos da una piedra, niño.

viernes, 17 de octubre de 2025

Narración escrita y publicada por mi amigo y colega Julián Leal.


UN RINCÓN DEL MERCANTIL

(Dedicado a J. J. Rodríguez Lara)


Conocí a Joaquín una noche. De invierno, supongo, porque recuerdo que hacía frío y la ciudad parecía como dibujada en papel de estraza, como ese que los carniceros utilizan para envolver la mercancía. Todo adquiría ese color gris de ceniza y quedaba sin contornos, casi disuelto entre el vaho de una espesa niebla. Sólo al llegar a la puerta del Mercantil se podía distinguir la luz de neón que rotulaba su nombre. Dentro del local, el ambiente no era muy diferente al de la calle. Una espesa capa de humo flotaba ondulándose sobre las cabezas de los clientes, los habituales de madrugada. Yo había llegado poco antes de que él apareciera y me acodé en el rincón en que solía refugiarme. Le vi entrar con ademán resuelto, enfundado en un sombrero de ala ancha, con su gabardina desabrochada y con un envoltorio de periódicos bajo el brazo. No distinguí bien su cara, porque mis gafas estaban tan empañadas como la noche y tan pastosas como el suelo del bar. Ya había visto lo suficiente y no me preocupaba de limpiarlas.
        El recién llegado se recostó en la barra y apoyaba su pierna en el taburete sobre el que puso el fajo de periódicos y su sombrero. Desprendido de él bajo y bajo los focos de luz pude leer su cara en la distancia. Ojos vivos, nariz achatada y barba recortada en un rostro redondeado de rasgos achinados. Ése es un sabueso, murmuré en voz baja antes de agotar de un trago la cerveza.
     -Es un periodista, me corrigió Lucky atento siempre a mis necesidades, mientras arrancaba la chapa de una nueva botella de Budweiser.
      -Es un sabueso, insistí. Será un periodista, pero de ésos que olfatean la noticia y no descansan hasta arrancarla a dentelladas y conseguir su presa. Pero parece de fiar, buen muchacho, dije con un golpe de hipo.
         -Sí, es un gran tipo, apostilló Lucky.
       Policías, periodistas, detectives...los mismos perros con distintos collares. Sabuesos. Podía identificar a los de esa raza a distancia y sin ver. Sé dónde suelen husmear y adónde acostumbran a acudir cuando siguen algún rastro. Los bares como el Mercantil son buenos caladeros donde echar las redes para captar confidentes y pescar noticias frescas. En esos lugares siempre hay gente dispuesta a hablar de más y revelar algún secreto a voces por unas copas. Sabuesos. Les conocí bien en los tiempos en que trabajaba para El Polaco, un tipo sin escrúpulos y sin estómago que fabricaba fiambres por encargo y podía tragárselos si convenía para ocultar el cuerpo del delito. Fue en esa época, ya hace años, cuando empecé a notar muchos huecos en la boca y mi nariz quedó aplastada con la rotura del tabique nasal. La vida me ha dado muchos golpes por cuenta ajena. Ahora los únicos dientes que me quedan son los de mi peine y éste ya no tiene cabellos que alisar.
     -Por los viejos tiempos, dije balbuceando en un brindis conmigo mismo alzando el botellín
   En aquel momento nuestras miradas se cruzaron. El periodista me descubrió en el rincón y pensó que tal vez yo sabía algo del caso que traía entre manos. Algo susurró a Lucky por que vi a éste inclinarse y pegar su oído a la boca de Joaquín. El camarero meneó la cabeza en sentido negativo. Seguramente intentaba invitarme para entablar conversación y hacerme alguna pregunta. Y yo, Lucky lo sabía, no me prestaba a eso. Ya no estoy para nadie. Ni siquiera para Susan, quien a pesar de todo aún está dispuesta a recogerme y a prestarme su cama las noches que me dejan tirado a la puerta del Mercantil. Ahora el único cuello que sé abrazar es el de la botella y la única boca que beso es la que puede proporcionarme un chorro de cerveza.
        -Ponme otra, Lucky.

lunes, 13 de octubre de 2025

 Vivir entre ramblas


José Joaquín Rodríguez Lara

https://elpostigodelara.blogspot.com/


Anoche, mientras la madrugada daba sus primeros saltos sobre las paseras de algodón para vadear el río de las sombras y cruzar hasta la orilla de un nuevo día, vi que el cielo se iluminaba con fogonazos blanquísimos. Más blancos, incluso, que la cara de la Luna, asomada en cuarto creciente, como quien se despierta y continúa en la cama, aguardando a que algún empujón de la voluntad le ponga en pie. La tormenta estaba alta y lejana. Allá por El Charco. Hacia el Atlántico. En el Oeste. Se veían las explosiones de luz, pero no los relámpagos. Tampoco oí truenos. Aquella tormenta me pareció una solitaria bombilla que pendiera de un hilo eléctrico y se encendiese brevemente según la zarandease el viento. Destapé los caños para prevenir inundaciones. Pero no llovía. Esta mañana, los sumideros estaban tan secos como ayer.  Mientras tanto, en el Levante, continuaba lloviendo a mares.
        En días así siento que nos han secuestrado la lluvia. Que amarran las nubes a la otra orilla para ordeñarlas con avaricia hasta dejarlas secas. Luego, cuando llegan hasta nosotros, si es que logran escapar del corral en el que las encierran y se nos acercan, vienen ya con poca leche. Sin agua.
        Lo que más me asombra es que tanto la mucha lluvia como su carencia les destroza la vida a quienes viven mirando al cielo. ¿Qué esperan que ocurra si habitan entre ramblas?

domingo, 5 de octubre de 2025

 - Siento escalofríos cada vez que leo o escucho
un elogio sobre Guillermo Fernández Vara.
Después de cinco años como presidente de la Junta
de Extremadura, con mayorías absolutas;
de trece años como consejero y de no sé cuanto tiempo como director general 
en gobiernos
con mayorías absolutas;
de ser vecino, amigo y sucesor ad hoc
del todopoderoso Juan Carlos Rodríguez Ibarra,
que sólo una vez gobernó sin mayoría absoluta;
de ocupar una vicepresidencia en el Senado,
después de formar parte de la cúpula dirigente
del PSOE 
un año tras otro,
el 99,99 por ciento de los elogios que se le están tributando tras su muerte coinciden en afirmar
que Vara ha sido una buena persona.
¡Una buena persona!
Lo dicho, se me eriza la piel.

sábado, 4 de octubre de 2025

 - Me niego a opinar sobre la vida y los hechos 
de una persona que ya no puede defenderse
ni siquiera de los elogios inmerecidos.


jueves, 18 de septiembre de 2025

- La ciencia es la religión más clara,
racional y exacta
que conozco.


sábado, 13 de septiembre de 2025

 El progreso no tiene memoria


José Joaquín Rodríguez Lara


Encuentro a un vecino llorando amargamente. Está sentado en plena calle, en el umbral de su casa, y me alarmo porque tiene casi 70 años.
 - ¿Qué te pasa, Cipriano? -le pregunto.
 - Nada -me responde. Que la vida ya no está hecha para gente como yo.
 - Pero hombre, si aún eres joven. Fíjate en Cloti. Tiene más de 90 y aún sale cada mañana al llano, a comprar el pan.
 - Yo también lo hago. Pero no es lo mismo.
 - Entonces, ¿qué te falta, Cipriano?
 - Una televisión.
 - ¿Una televisión?  Querrás decir un televisor.
 - Bueno. ¿No es lo mismo? Lo que yo necesito es un televisor en el que se pueda ver la televisión. Eso es lo que yo necesito.
 - ¿Y el que te regaló tu hijo Cipri?
 - No me vale. Yo quiero tener un televisor de televisión. Sin neflis ni teleescritos ni zarandajas de esas. Necesito un televisor con un mando a distancia que sirva para encenderlo y para apagarlo, para cambiar de emisora y para darle más voz, que estoy algo teniente. El aparato que me regaló el Cipri no vale. Tiene demasiados botones en el mando. Me pierdo. Me faltan deos en las manos. Todavía no he podido ver ni a la muchacha del tiempo. Y no es que yo necesite verla para saber si va a llover. Eso lo sé yo sin ni siquiera echar los pies abajo de la cama. Sólo con oler el aire. Es que me entretiene verla dar la lección de los nubarrones en los mapas. Es como volver con Don Aureliano. ¿Conociste tú a Don Aureliano, el maestro? Más derechos que una vela nos tenía a todos los chiquillos. Pero aprendíamos. Vaya que si aprendíamos.

viernes, 12 de septiembre de 2025

La agonía del corredor


José Joaquín Rodríguez Lara


Nunca he estado, ni siquiera de visita, en lo que se suele llamar 'el corredor de la muerte'. Eso sí, llevo casi 70 años en 'el corredor de la vida'. Viviendo en mí.
    Aunque no tenga la mala fama del primero, 'el corredor de la vida' es mucho más letal que el de la muerte. Del corredor de la muerte, a veces, las menos, se sale vivo. Más muerto que vivo, pero se sale. A pesar de la pena de muerte. Del corredor de la vida, de la vida y de sus gozosas y penosas correrías, nadie ha salido vivo jamás. La vida no perdona. La muerte sí lo hace. En ocasiones.
    Más cruel que perder la vida en manos del verdugo me parece a mí vivir los últimos años de la existencia en el corredor de la muerte, despertando cada mañana sin saber si será esa la última luz de tus amaneceres.
    Cierto es que en el corredor de la vida ocurre lo mismo. Nunca sabes cuando vas a morir. Más incluso y aún peor: ignoras en qué forma morirás. Las personas condenadas a muerte sí lo saben. Su señoría el señor juez se encargó personalmente de poner por escrito si morirán fritas en la silla eléctrica, envenenadas por el gas que huele a almendras amargas, crucificadas en una camilla hospitalaria y con jeringuillas en las venas de los brazos, pasadas por el cortafiambres de la guillotina, acribilladas entre el paredón y el pelotón de fusilamiento, hechas una pasta para croquetas entre los dedos del garrote vil, con el cuello roto y pendiente de una soga... La distancia que recorrerás en ese tu último y minúsculo viaje cayendo desde lo alto del patíbulo y la forma y colocación del nudo bajo tu cabeza determinarán tu nivel de sufrimiento.
    El bonito arte de ejecutar a quien delinque no solamente se está extinguiendo, sino que cada vez es más pobre en sus procedimientos. Con menos variedad. Pero aún conserva el corredor de la muerte. El tiempo de espera entre la condena y la ejecución. Soy lego en la materia, pero desde mi punto de vista la estancia en el corredor es lo más angustioso de la pena capital. La muerte es rápida. Inapelable. Silenciosa en sí misma. Pero la espera... La espera es un clamor. Está llena de dudas. De esperanzas y de desesperanzas. Mientras esperas al verdugo haces amistades en el vecindario, con otras personas tan desdichadas como tu. O más, porque llevan más tiempo esperando a que las maten. El día menos pensado te sacan de tu celda, empujan suavemente por el corredor, como nos muestran las películas de los estados unidos de Norteamérica, que no son los estados norteamericanos canadienses del Gran Norte, ni tampoco los estados nortemexicanos de América Central. Mientras avanzas encadenado de pies y de manos y vestido de color butano, miras alternativamente a un lado y a otro y te vas despidiendo de las amistades que hiciste en la última parada del autobús de tus días.
    - Adiós, amigo. Cuídate. Volveremos a vernos.
    No debe de haber mayor zozobra ni angustia tan honda como la agonía del corredor de las agonías. Donde el tiempo se sienta frente a tu celda, te mira al fondo de los ojos y espera sentado a que pases tú, no él, para regodearse viéndote sufrir. En las sentencias de muerte se debería especificar no sólo a qué tipo de muerte se condena al reo, sino también a cuánto tiempo. Cuánto tiempo deberá esperar el condenado en el corredor de las agonías.
    

sábado, 6 de septiembre de 2025

Abejas cocidas en raíces chinas, mano de santo para las ortigas o qué sé yo

José Joaquín Rodríguez Lara

No entiendo cómo es posible que nos equivoquemos tanto si el mundo está lleno de consejos, de normas y de advertencias para acertar. 
    Entra usted en una publicación sobre gastronomía, por ejemplo, y encuentra información sobre cómo debe hacer gimnasia o dormir. Consulta una publicación sobre fiscalidad y allí mismo le informan sobre los efectos benéficos de un consumo moderado de vino blanco joven. Y, de paso, sobre cómo debe hacer la cama. No lea usted cualquier periódico deportivo si no quiere enterarse de lo que tiene que comer para controlar el colesterol, los dolores de rodilla y hasta el insomnio. 
    Soy una de esas personas que leen todos los consejos que le caen en las manos sobre lo que hay que hacer para estar sano. Eso sí, no leo ninguno cuando quieren convencerme de lo que NO debo hacer. Tengo ya una edad y no necesito que me prohíban ser feliz. 
    De tanto leer consejitos he llegado a la conclusión, primero, de que seguramente gozamos de más salud que nuestros abuelos, puesto que ellos no tenían vacunas, ni aspirinas, ni nutricionistas, ni dietistas ni a la madre que parió a toda esta gente. Y como entonces casi no había médicos, el personal se moría cuando le llegaba la hora y punto. De muerte natural. Sin sangre o con ella. Pero sin tiempo extra añadido por el árbitro. 
    En segundo lugar concluyo que, por muy rápido que yo lea, siempre voy a dejar sin leer, por falta de tiempo, valiosos consejos de afanosos y bienintencionados expertos en el arte de estar sano. Les pido disculpas a todos ellos, pero necesitaría tres vidas por lo menos para poner en práctica todo lo que tan gentilmente me aconsejan. 
    ¿Ha probado usted ya los beneficios de tomarse cada noche una infusión de laurel antes de echarse a dormir? Pues pruébela, por favor, pruébela y luego me cuenta los resultados, que a mí no me da tiempo. Estoy muy ocupado intentando comprobar la eficacia de la raíz de ortiga cocida en miel de abeja china -¿o era al revés?- contra las lombrices intestinales. Una de dos, o esto de la raíz de ortiga china es un cuento chino, o yo no tengo lombrices, pues por más que me fijo no las veo salir de mi cuerpo. Nos engañan como a chinos. Aunque a lo peor es que no cuezo bien a las abejas. Las pobres.

 Dean Huijsen, clave de bóveda


José Joaquín Rodríguez Lara

https://elpostigodelara.blogspot.com/



Como no puede ser de otro modo, el Real Madrid club de fútbol trabaja en la mejora de su equipo. Ha logrado conformar una plantilla de calidad, amplia, equilibrada y con una edad media más que aceptable. Veinticinco años y 7 meses, la menor junto a las del Barcelona y la Real Sociedad.
    La delantera parece que no precisa retoques. Tiene efectivos más que suficientes, de calidad y jóvenes. Ni aunque Rodrigo terminara marchándose, en lo que se insiste una y otra vez desde los medios de opinión, como si pretendiesen echar al brasileño, se crearía en la vanguardia merengue una carencia tan honda y determinante que exigiese rellenarla con carácter urgente.
    No ocurre lo mismo en lo que voy a llamar el sistema propulsor del equipo. Es decir, el formado por la defensa y la media. Un binomio que constituye una unidad. Como ocurre en muchas máquinas, el buen funcionamiento de la parte propulsora es fundamental para que la delantera realice correctamente su función: marcar goles.
    De atrás hacia adelante, el club tiene bien cubierta la portería con Courtois, Lunin y Fran. En ambos laterales también hay jugadores de calidad contrastada: Carvajal, Trent, Carreras, Fran García y Mendy, en quien tal vez haya escondido un central, digamos que de fortuna. En el centro del escudo defensivo, el tramo más importante de la muralla, se observa alguna fisura. No por falta de calidad ni por carencia de efectivos. Por la edad de algunos de ellos, que sobrepasan la treintena de años, y por las graves lesiones que han sufrido. Un defensa central adicional no vendría mal.
    Se dice que el club lo está buscando pero, como no se trata de una necesidad urgente, sopesa los defensas centrales que le gustan en la balanza de la calidad, de la edad y del precio. A pesar de esos tres exigentes requisitos, más pronto que tarde, el defensa central adicional llegará.  
    Hasta no hace mucho, el Real Madrid tenía una franja media de lujo. Con Casemiro, Kross y Modric. En la enorme calidad de este Cinturón de Orión, de estos tres magos, se han basado los grandes triunfos del Madrid hasta que el trío estelar salió del club. Sus sucesores, Valverde, Tchouaméni, Camavinga, Ceballos, Güler... son también jugadores de gran talento, pero con prestaciones lógicamente diferentes. Esta es la parte del equipo en la que la plantilla del Madrid se ve algo mermada. Y todo ello por la falta de un especialista. De un medio centro creativo. Un jugador que lleve la manija del equipo, como les gusta decir a los informadores y opinadores deportivos. Yo solo soy aficionado al fútbol y madridista por razón de ser aficionado al fútbol.
    En el Madrid gustan, especialmente, dos medios centro: Rodri y Zubimendi. Porque son muy buenos. Sin duda. Y porque son españoles. También. Sacarlos de sus actuales clubes, el Manchester City y el Arsenal, es prácticamente imposible. O carísimo. Lo que conduce directamente a la casilla anterior en este juego de la oca y ficho porque me toca. Hay otros jugadores en el mercado. No tan buenos o contrastados, pero sí menos caros. No son españoles, pero el Madrid no mira los pasaportes más allá de lo federativamente necesario. Si la situación lo exige, se fichará a alguno de ellos.
    Por último están los medios centro de la casa. Los 'veteranos', como Tchouaméni, 25 años, o Ceballos, 29, y los jovencillos: Thiago Pitarch, 18, que navega entre el filial, el Castilla, y la primera plantilla. O Chema Andrés, 20 primaveras, vendido al Stuttgart pero con derecho a devolución.
    Y luego tenemos lo que yo considero la gran solución: Dean Huijsen. Este joven central es uno de los jugadores de más calidad del fútbol mundial. Y no lo digo por lo que está haciendo, a sus 20 años, sino por lo que atisbo que puede hacer. Su calidad técnica, su sentido de la estrategia, su juventud, su frialdad... Todas sus virtudes, que no son pocas, hacen de él un valor de futuro. Huijsen puede se perfectamente el medio centro que necesita el Madrid. Para una emergencia o para todos los días. Dirá usted que, adelantarlo a la franja media, sería tanto como desnudar a un santo para vestir a otro. Y no le faltará razón. Pero no es la primera vez que se hace. Fernando Hierro, que es lo más parecido a Huijsen que recuerdo, jugó tanto de central como de medio centro. Y siempre a un altísimo nivel. Sergio Ramos empezó como lateral derecho y está terminando como cantante. Puyol, en el Barcelona, fue un gran defensa derecho y se convirtió en un extraordinario central. Lucas Vázquez es un aceptable extremo derecho y lateral de la misma banda. Y lo más extraordinario, Loren empezó como delantero centro en la Real Sociedad y se retiro como defensa central.
    Es decir, ejemplos de futbolistas que cambiaron de posición sin reducir sus prestaciones hay muchos. Medios centros bonitos, baratos y con calidad para destacar en el Madrid, no hay tantos. Uno de ellos puede ser Huijsen. Imagino que Xabi Alonso, primer entrenador del club merengue, ya lo habrá sopesado. Es más, estoy convencido de que hará esta jugada de ajedrez que planteo sobre el tablero de la opinión. La ejecutará por necesidad, si llega el momento, o por placer intelectual. Para vez como funciona. Y, para ello, ni siquiera habrá que fichar a otro central. Bastará con poner en la zaga a Tchouaméni o a Alaba.
    En mi opinión, si no llega un gran medio centro con  capacidad de ordeno y mando, Dean Huijsen es la clave de bóveda de este Madrid. La pieza que cierra y asegura el techo impidiendo que, pronto o más tarde, se desmorone sobre nuestras expectativas.

martes, 2 de septiembre de 2025

 El café


José Joaquín Rodríguez Lara


España y Portugal, Portugal y España deben unirse para erigir un monumento al café. Al café en grano, fruto desnudo del cafeto; al café de tueste natural; al torrefacto, al molido, al de puchero, al café solo, al café con hielo, con leche, al expreso, al manchado... Al café descafeinado, también. Un monumento al café en toda su extensión. Como manda la hidalguía hispana.

    Portugal y España, España y Portugal son dos países heridos por la misma frontera. La gastronomía en general y el café en particular es uno de los puntos de sutura que contribuyen a estrechar el abismo de la cicatriz que recorre la espalda de la península ibérica de Norte a Sur y de Sur a Norte.

    Portugal, tan lejos de España y tan cerca de Inglaterra, dedica a la preparación del café tantos o más mimos que los ingleses al té. Y Portugal bien pudo ser un país de té y de tetera. No en vano llevó su imperio colonial hasta Asia. Hasta las plantaciones de té. España, tan lejos de Inglaterra y tan paralela a Portugal, disfruta el café como si los cafetales creciesen en sus propios campos.

     El café le dio vida y muerte a los mochileros que, a pie, de contrabando, huyendo de los guardinhas y de los guardias civiles, lo pasaban por la frontera llevándolo a la espalda envuelto en un gran paño de tela. Yo los vi. Aquellos héroes andaban los caminos, vadeaban los ríos, dormían en los campos, al raso, siempre al cuidado de su mercaduría. De su medio de vida, de su seña de identidad. Los mochileros tienen su monumento. El café, no.

    El café ha sido y sigue siendo el vivificante elixir que une a portugueses y españoles. Desde la humilde lumbre de los pastores hasta el comedor de los palacios. No hace distingos el café. Por eso merece un monumento. Por eso y por tantos servicios como, en el placer y en la dificultad, presta y ha prestado a la gente de todo el mundo. Un monumento a la bica portuguesa, diminuta, intensa, esencial, y al café con leche en vaso, español, largo, azucarado, para mojar magdalenas o perrunillas, jeringas (vulgo, tejeringos), churros, porras o lo que sea menester.

    No creo que haya dificultad para que dos países siameses se pongan de acuerdo en la erección de este monumento. El café y la frontera y las gentes de uno y otro lado de la raya fronteriza se han ganado el derecho a que se levante este recordatorio.

    Si acaso, tal vez, haya discrepancias al elegir el lugar de la erección del monumento. Pero la solución es sencilla. El sitio es Olivenza, ciudad fronteriza que compendia en sí misma todas las semejanzas y todas las diferencias, toda la historia y todo el futuro de ambos países.

    Brindo esta propuesta a quien le interese hacerla realidad o, al menos, pregonarla a los cuatro vientos por si algún día el aroma del café lograse tomar cuerpo y se hiciese escultura.

viernes, 29 de agosto de 2025

Muerte de la muerte

José Joaquín Rodríguez Lara


Acaba de fallecer la muerte. Por agotamiento. Parece que estaba harta de matar. Que nunca le compensó tanto esfuerzo. Ni física ni tampoco emocionalmente.
        - Así que ahí os quedáis. Vivitos y coleando.
Ha dicho en su postrero estertor la malencarada, mandando al carajo la guadaña. Su herramienta de trabajo.
     - Lo siento (añadió) por los funerarios, por los sepultureros, por los vendedores de potingues, por los médicos, por los fabricantes de esquelas, por los autores de oraciones fúnebres, por los aprendices de herederos, por los tejedores de coronas, por los fabricantes de llantos inconsolables, por las aspirantes a viuditas de buen ver, por los sastres del luto... Todos ellos van a quedarse en el paro. Sin trabajo. Pero yo dimito. Me voy. Muéranse ustedes por sus propios medios. Si es que saben. Muéranse como puedan si no quieren mantenerse con vida. Pero no cuenten conmigo. Yo ya hice mi trabajo. Llevo una eternidad cumpliendo con mi obligación. ¿Y qué he sacado a cambio? Nada. Ni un pésame. Ni una esquela. Ni un vaya por Dios. Nada. Me muero y tengo que decir que me muero para que la gente se dé cuenta de que estaba viva. Viva y bien viva estaba yo hasta hace un momento. Repartiendo golpes a diestro y siniestro. Sosteniendo el árbol de la vida con los tajos de mi guadaña. Con podas de rejuvenecimiento. Pero se acabó. Hasta aquí hemos llegado. A partir de ahora, quien se quiera morir que no me busque. Ya no acepto encargos. Yo ya he pasado a mejor vida. Me he jubilado.

martes, 19 de agosto de 2025

 

Historias

Compartido con: Mejores amigosENTRE EL CIELO Y SU GRANADA
Entre el cielo y su Granada

José Joaquín Rodríguez Lara

Federico duerme sobre su cama.
Bajo el cielo de su alcoba.
Entre naranjos y granados.
Entre el cielo y su Granada.
Arropado por el pez de sombra
que le abre camino al alba.
Barandales de la luna tejidos con agua clara
en los que la notas del piano
juegan con los gitaninos a contar estrellas de nácar.
- Ya vienen, madre, ya vienen quienes mis huesos reclaman.
- Duerme, niño. No tiembles.
Jamás van a encontrarte.
Siete cerrojos de fragua
guardan la puerta de tu sala.
- Son muchos, madre. Me buscan con su perros de la ignorancia.
- Duerme, Federico, duerme.
- ¿Para qué querrán mis huesos, madre? ¿No les basta con la luz de mis palabras?
- Descansa, hijo, descansa.
- Hasta el barranco han ido con sus picos y sus palas.
Quieren desenterrar mi muerte.
Fusilarme por la espalda.
¿No les basta con mi versos de ajonjolí y de albahaca?.
- Duerme, hijo mío, duerme. Nadie profanará tu cama.

miércoles, 13 de agosto de 2025

No es Sergio, es Fernando

José Joaquín Rodríguez Lara

https://elpostigodelara.blogspot.com/


El Real Madrid estuvo años buscando al sucesor, que no al sustituto, de Paco Gento, y es posible que aún no lo haya encontrado. No es fácil que la banda izquierda merengue olvide las galopadas de La Galerna del Cantábrico.

    Los blancos recurrieron tanto a futbolistas de segundo nivel, para el Madrid, como el gaditano Manolín Bueno, como a grandes figuras internacionales. Con la llegada de los extranjeros a La Liga fichó a una leyenda, el goleador argentino Óscar 'Pinino' Más. Jugó una temporada con el Madrid, marcó 11 goles, fue el máximo goleador del club y cuando se marchó llegó a decirse que había fracasado. El recuerdo de Gento seguía corriendo por la banda izquierda.

    En periodismo se acostumbra a recurrir a la fórmula 'el nuevo...', 'la nueva...' para revivir el pasado y exorcizar al porvenir. Es un tópico que muy pocas veces funciona. Es tan difícil encontrar dos personas iguales separadas por el tiempo. Aunque se parezcan muchísimo, incluso aunque sean gemelas, las circunstancias en las que se desenvuelven son diferentes.

    Algunos periodistas que informan u opinan sobre el Real Madrid están ahora con 'el nuevo...'. Según su criterio, el joven defensa central Dean Huijsen es el nuevo Sergio Ramos.

    Creo que se equivocan. Huijsen es mejor que Ramos. Más completo. Y, desde luego, parece que tiene mucha más inteligencia y humildad. Tanto dentro como fuera del campo.

    La estatura, la calidad técnica, el pase largo, la posibilidad de jugar tanto en el cetro de la defensa como en la media le acercan mucho más a lo que fue Fernando Hierro. Otra gran figura. Que, además, también tiene genes malagueños, como Dean Huijsen.

lunes, 11 de agosto de 2025

 Macarrones camperos


José Joaquín Rodríguez Lara


Para una, dos o tres personas, lave una patata grande, dos medianas o tres no muy pequeñas. Pélelas y póngalas a cocer en agua abundante. Con sal y un chorrito de aceite de oliva crudo. O con medio vaso de caldo de verduras, de pollo, de cocido o de carne. Usted verá.

    Cuando las papas estén sancochadas, semi cocidas, sáquelas del agua y resérvelas. Mantenga en el fuego la cazuela y una vez que el agua, ya caldo, vuelva a hervir, ponga en ella los macarrones. En la amplísima gama de la pasta italiana, elija unos macarrones muy gruesos, estriados y cortados en ángulo recto. Cueza los macarrones durante el tiempo recomendado por el fabricante. Suele indicarlo en la cara anterior del envase.

    Mientras se cuece la pasta, seleccione unos dientes de ajo. Entre dos y seis por comensal, según apetencias y disponibilidades. No los pele. Aplástelos con la palma de la mano o con la pala de un cuchillo ancho. Póngalos a freír en una sartén con aceite de oliva abundante. Vigílelos continuamente mientras se fríen para impedir que se quemen. Una vez fritos, sáquelos del aceite con una espumadera y resérvelos.

    Cuando la pasta ya esté cocida y con la textura deseada, al dente o un poco más hecha, saque del caldo los  macarrones y escúrralos. A continuación, ponga los gajos de patata en el aceite hasta que estén dorados.

    Llegados a este punto, se extienden los macarrones en la fuente en la que se vayan a servir, se le añaden los dientes de ajo, las patatas fritas, una o dos cucharas soperas del aceite de la sartén y se le da vueltas a la preparación para que todo se mezcle bien. Otra opción es pasar los macarrones por el aceite bien caliente. Sólo un minuto y tomando precauciones contra las salpicaduras.

    Si el aceite está atemperada, es decir, no muy caliente, se empiezan a freír en ella los huevos. Uno a uno. Se sacan antes de que las yemas se solidifiquen.

    Los huevos, entre uno y cuatro por comensal, según gustos y posibilidades, se van colocando en la fuente sobre los macarrones, los gajos de patatas y los ajos.

    El plato ya está listo. Se debe comer con tenedor y la miga de un buen pan tierno. Los macarrones camperos pueden acompañarse con lonchas de jamón ibérico crudo, con tiras de panceta, igualmente ibérica, fritas en el aceite que haya quedado en la sartén o con una cucharada sopera de salsa, casera o industrial, de tomate frito perfumada con orégano o unas hojas frescas, recién troceadas, de albahaca. 

    Buen provecho.

miércoles, 6 de agosto de 2025

-Estoy convencido de que la Tierra es plan a.

Del plan b se habla mucho, pero nadie ha llegado aún a otro planeta que nos permita vivir en él si nuestro plan a definitivamente fracasa.


sábado, 26 de julio de 2025

El fútbol femenino no existe

José Joaquín Rodríguez Lara

Cada vez que se habla de fútbol femenino se le hace un flaco favor tanto al fútbol como a las mujeres. El fútbol femenino no existe. Ni existe el fútbol femenino ni el masculino ni tampoco el fútbol mediopensionista. El fútbol es fútbol, como bien dijo Vujadin Boskov, que llegó a ser entrenador del primer equipo del Real Madrid.

    El fútbol no tiene sexo ni género ni camisita ni tampoco canesú. Sus reglas son las mismas lo jueguen hombres o mujeres. El fútbol carece de etiqueta sexual. Cosa que no existe en todos los deportes. Por ejemplo en la gimnasia artística. Así que no hay equipos ni selecciones de fútbol femenino. Lo que hay son selecciones masculinas o femeninas de fútbol. La masculinidad y la feminidad no están en el fútbol, sino en quienes practican esta actividad deportiva.

      El fútbol es el mismo deporte lo practiquen mujeres, hombres, adolescentes, veteranos, solteros, casados, toreros, gitanos o guardias civiles. Lo jugarán con más o menos vistosidad. Será un espectáculo de mayor o de menor interés pero, en todo caso, será fútbol.

        El atractivo del fútbol practicado por mujeres está creciendo con una rapidez inusitada. Las futbolistas demuestran en todo momento que tienen ganas de jugar. Muchas ganas. Mucha ilusión y mucho coraje. Derrochan autenticidad. Lo suyo es el fútbol. No el teatro. Todavía les falta, por supuesto, fuerza, velocidad y precisión. Pero ya adquirirán estas virtudes y otras más para ponerlas sobre el césped. Están empezando. Como quien dice, sólo llevan jugando al fútbol tres días. Los partidos oficiales comenzaron hace poco más de 50 años en Inglaterra. Y durante varios decenios estuvieron prohibidos. Las mujeres no podían jugar al fútbol y los clubes británicos no podían tener equipos femeninos de fútbol.

        La situación comenzó a cambiar en el último cuarto del siglo XX y en el primero del XXI se ha producido la gran explosión mundial. Las mujeres juegan cada vez mejor y atraen cada día a más público. Recuerdo a las atletas que corrían por las pistas en la década de los años 70. Estaban muy lejos de hacerlo como entonces lo hacían sus compañeros varones. La situación es muy diferente en la actualidad. Ya nadie menosprecia el atletismo practicado por mujeres. Lo mismo está pasando en el mundo del fútbol jugado por mujeres, que no femenino. Pues todo el mundo sabe que el fútbol femenino no existe.

miércoles, 2 de julio de 2025

 - Con los años empiezo a darme cuenta
de que soy el mejor recuerdo
que tengo de mí.



jueves, 12 de junio de 2025

La fruta de aquellos días y de aquellos campos


José Joaquín Rodríguez Lara


No eran albaricoques. Tampoco eran melocotones. Aunque a simple vista se les pareciesen. Eran albérchigas. El dorado fruto del albérchigo. La documentación informática actual asegura que la albérchiga era una suerte de melocotón. Pero la memoria del paladar lo rebate. Lo niega con vehemencia. Aquellas albérchigas no eran melocotones. Por más que antes de morderlas lo pudieran parecer.

    Los albérchigos, al menos los albérchigos de mi niñez, eran árboles rústicos. De secano. Crecían sin orden ni concierto en las viñas. O entre las higueras. Cerca de las cercas de piedra seca o en mitad de los cercados. Todo lo más, junto a los regatos o en la proximidad de los estanques. De las albercas. Pero sin mimos ni atenciones. ¿Podaba alguien aquellos albérchigos? Nunca me lo pareció. ¿Les hacían los pies para proteger sus raíces? Jamás lo vi. ¿Los regaban? No. ¿Para qué? Ni los regaban ni los curaban contra las plagas ni les prestaban más atención que, llegado el momento, pasar con una cesta de mimbre, o de otras varas trenzadas, bajo sus ramas para recolectar los frutos que, motu propio, tuviera a bien dar cada albérchigo.

    Cuando la fruta ya estaba en sazón o, incluso, antes, los muchachos también nos acercábamos a los albérchigos. Sin cesta pero con apetito. Cogíamos las albérchigas que buenamente podíamos, todas las que nos cabían en las manos y en los bolsillos, y allí mismo, o un poco más allá, nos las comíamos.

    No era necesario pelar aquella fruta. Todo lo más se limpiaba un poco, restregándola contra la camisa, se le quitaba el polvo que pudiera tener y se comía sin navaja ni cuchillo ni tenedor. A mordiscos. En aquellos campos de mi niñez, allá en Barcarrota, mi pueblo, no había pesticidas ni insecticidas ni fungicidas ni otros cidas o venenos distintos a la necesidad de cada cual. Nada tenían aquellas albérchigas que fuese diferente ni más peligroso que las partículas de tierra y de vegetales que flotaban en el aire, se te metían en la boca y te las tragabas si que casi te dieras cuenta. Si tenías mucha aprensión, miedo a las enfermedades, enjuagabas la fruta en el agua del estanque, que nunca estaba más limpia que el aire que respirábamos. Bajo el chorro del caño. Si lo había. Así aprovechabas para refrescarla. Pero nada más.

    Aquellas albérchigas eran un manjar. Dulce. Apetitoso. Aromático. Fragante. Al primer bocado, el abundante jugo de la albérchiga te desbordaba los labios y se deslizaba por el mentón buscando refugio en tu camisa.

    Con el tiempo, los melocotones, ligeramente más robustos, pero también mucho más insípidos, colonizaron los mercados y los albérchigos y las albérchigas dejaron de tener su lugar en los cercados. Se perdieron. Desaparecieron físicamente, al mismo tiempo que se esfumaba la niñez que recorría los campos y se bañaba, en calzoncillos o completamente desnuda, en los estanques de las huertas.

    Ya no quedan albérchigos en los campos. O son muy escasos. Albérchigos de verdad. Si acaso, su lugar ha sido ocupado por algunos melocotoneros. Así que las albérchigas, aquellas albérchigas de mi niñez, maravillosas, exquisitas, montaraces sólo perviven en la memoria de los paladares. Y no en todos. Eso sí, sin que nadie las riegue ni las abone ni les preste otra atención distinta a la que emana de la mera añoranza.


sábado, 31 de mayo de 2025

Del gazpacho y su jerarquía

José Joaquín Rodríguez Lara

https://elpostigodelara.blogspot.com/




El verano, y mismamente la caló, están llenos de joyas que resultan imprescindibles para comprender y amar esta tortura climatológica. La siesta, la sombra, las bebidas frías, el mojito... Es lo que le dan sentido y justifican la existencia del estío. Si no fuese por el agua, desde el agua de espiche, vulgo botijo, búcaro, porrón, chingue chico..., hasta el agua de baño, pasando por la sopa... La sopa fría no es un invento fracasado. Es la predecesora de la sopa de ajo. Una de las mejores sopas frías que puede tomarse es el gazpacho. El gazpacho, gazpacho. No el gazpacho manchego, que está bueno, pero refresca poco pues se cocina en la lumbre; ni tampoco el gazpachuelo malagueño, que no es un gazpacho chico. Sencillamente, no es un gazpacho.
     En el gazpacho hay jerarquías. Por la edad. El más antiguo es el gazpacho de poleo, muy frecuente en los pueblos cacereños. Es un gazpacho ibérico, prerromano, hecho y consumido en cazuela. Como diría un madrileño, se sirve en dos vuelcos. Como mínimo. Las personas que llegan a la sombra azotadas por la caló, primero se echan a pecho la cazuela y se beben directamente el agua, verde de poleo verde, fresquísima, para refrescarse. Una vez que la cazuela se quedó sin caldo y sólo quedan en ella trocitos de poleo y de ajo, se rellena con agua, se le añade pan duro, huevo cocido, si lo hubiese, tiras de tocino si menester fuera, alguna fruta, si hay ocasión, y se cucharetea hasta volver a vaciar la cazuela. Y rellenarla con el mismo protocolo, si lo requiriese la concurrencia. 
        El segundo gazpacho, por veteranía, es el ajo blanco. Hecho sólo con ajos o también con almendras. Es un gazpacho con reminiscencias árabes. Fino y elegante, además de refrescante. Con el ajo blanco combinan muy bien el melón y las uvas, frutas de gran porte.
     El tercer gazpacho, por orden de aparición ante los comensales, es el gazpacho colombino. El gazpacho de cortijo. Mucho más propio de los chozos, de las eras y de la cocina de los mozos que del comedor de la casa grande. Lo que distingue al gazpacho de cortijo, al colombino, de los anteriores gazpachos no es que lleve tomate, el ajitomate que Cristóbal Colón nos trajo del Nuevo Mundo, un tomate bien maduro, para gazpacho, sino que de no llevarlo, no es gazpacho. Así como el gazpacho de poleo es hermano de la sed y el ajo blanco, producto del refinamiento, el gazpacho de cortijo es hijo del hambre. Al gazpacho de cortijo le cabe todo lo que se pueda comer. Que hay pan, pues pan; melón, pues melón; tocino fresco, pues tocino fresco; pajarinos asados, pues pajarinos asados; uvas, pues uvas; higos de Tiberia, de Barcarrota, pues higos de Tiberia de Barcarrota; pepino, pues pepino; cebolla fresca, pues cebolla fresca... Pero no vea usted en esta forma de preparar el gazpacho colombino un no parar. Todo tiene su límite. El gazpacho de cortijo está en su punto cuando se clava la cuchara en mitad de la cazuela y se mantiene enhiesta, si caerse, como si la sostuviesen unas claras montadas al punto de nieve.
   Luego está el gazpacho de batidora. Sus ingredientes son los mismos que los propios de los gazpachos anteriores, pues cuando se inventó la batidora el gazpacho llevaba siglos, incluso milenios, inventado. Son los mismos ingredientes, aceite, agua, sal, ajo..., salvo uno que es el esencial: la batidora. Se trata de batirlo todo, de molerlo e incluso de pasarlo por un cedazo hasta que no se pueda distinguir, ni siquiera por el sabor, con qué se hizo el gazpacho de batidora. A veces se decora el origen del gazpacho de batidora disfrazándolo con nombre de fruta: gazpacho de fresas, de nectarinas, de maracuyá...
   La finalidad del gazpacho de batidora no es refrescar, ni alimentar, ni tampoco hacer más llevadera la ingesta de potaje caliente en plena canícula. La verdadera finalidad del gazpacho de batidora es poner unas gotas de puré en los ojos y en los oídos de quienes se sientan a la mesa. Esa pobre gente que en lugar de dientes tiene pico y ha perdido la capacidad de masticar. Y es que, para roer un gazpacho de cazuela y mano de mortero se necesita tener buenos dientes. Muy buenos. Y afilados como los de lobo.

sábado, 24 de mayo de 2025





 Nuevo libro publicado


Ya está en Amazon mi nuevo libro.

Se titula


'FRASES, DICHOS Y DISLATES'


Recoge una amplia relación de aforismos
sobre temas muy diversos.

 Esta nueva publicación en Amazon,
donde también puede adquirirla,
se une a mi libro de relatos


'ESE GATO AMARILLO,
¿DE QUIÉN ES?

publicado muy recientemente en la misma plataforma internacional de venta a través de Internet,
en la que igualmente puede adquirirse.
 




viernes, 23 de mayo de 2025

Paella valenciana de ranas


José Joaquín Rodríguez Lara


También podríamos llamar a este plato arroz extremeño con ranas, pero para no ofender al integrismo paelleril mejor será que lo llame paella valenciana de ranas.

    Eso sí, antes de empezar a cocinar el plato, procedo a explicar el origen de su nombre.

    Lo llamo paella porque lo cocino en una sartén ancha, de muy poco fondo, con dos asas agarradas con remaches. Es decir, en lo que en Valencia se llama sartén. O, más a menudo, paella. Cuando se habla en lengua valenciana. Nunca paellera. 

    Lo apellido valenciana porque de allí, de Valencia, concretamente de la misma ciudad de Valencia, procede mi paella. Mi sartén, dicho sea en castellano.

    Y lo denomino de ranas debido a que las ranas son el principal de sus ingredientes opcionales. Lo único que no es opcional en las recetas de arroz, en cualquiera de los muchísimos tipos de paellas existentes, es el arroz. A la paella le quitas el arroz y se te queda en una sopa. De pollo, de conejo, de gambas, de mejillones, de judías verdes... De lo que sea. Todo lo más, se queda reducida a una fideuá.

    Llegados a este punto, sin más preámbulos, me pongo el hábito de cocinar, empuño la espumadera, que es el cetro de quien se siente rey de su cocina, y procedo.

    Empiezo por encender el fuego. Con ramitas y leña menuda. Que den muchas llamas y hagan pocas brasas. Algunas personas que defienden a capa y espada el sagrado dogma de la paella, del plato, no de la sartén, valenciana aseguran sin el más mínimo remordimiento que la leña debe ser de naranjo. De naranjos valencianos, se entiende. Craso error. En verdad en verdad os digo que no es necesario. He visto a prestigiosos cocineros valencianos, que hasta se ganan la vida enseñando a hacer paellas, cocinar el arroz con gas. ¡Con gas africano! Importado del Mageb y de sus pedanías y conducido hasta su cocina por cañerías subterráneas. Como bien se ve, ¡hay gente pa to!

    Una vez que el fuego empieza a tomar cuerpo se coloca sobre las trébedes, o sobre el soporte que utilicemos, la paella. No es imprescindible que sea valenciana. Pueden haberla fabricado en Don Benito. O en Albacete, sin ir más lejos. Conviene, eso sí, tener a mano, al lado de la lumbre, un montoncino de ramitas para echarlas al fuego si necesitamos avivarlo.

    Con la sartén valenciana sobre las llamas se le echa un poco de aceite de oliva virgen extra. Puede ser aceite de Sierra de Gata, de Hurdes, de la Sierra del Suroeste, en la provincia de Badajoz, de La Serena... Su origen no es lo importante. Lo esencial es que sea pura, de calidad. Aproximadamente se debe poner, salvo mejor opinión, un chato de vino y un dedo más de aceite por cada cuatro raciones.

    Cuando el aceite ya esté bien caliente se le añaden las ancas de rana. Si son del Alcarrache, afluente del Guadiana, mejor. Las ancas estarán despojadas de su piel y perfectamente limpias y escurridas. De tres a cinco ranas, dependiendo de su tamaño, por comensal. Se sofríen las ancas, se sacan de la paella y se reservan. 

    Antes de que el aceite esté muy muy caliente se le añaden los ajos, picados lo más finamente posible. Para cuatro raciones, con dos dientes bastará. Se le dan dos o tres vueltas con la espumadera, repartiéndolos por el fondo de la sartén, para que no se quemen, e inmediatamente se le añade media cebolla mediana picada en trocitos pequeños. Una vez más, se remueve todo con la espumadera.

    Cuando la cebolla empieza a estar pochada se le añade una cucharada sopera de pimentón de La Vera. Ni dulce ni picante. Aunque para gustos..., las especias.

    Ha llegado el momento de poner en la paella unas vainas troceadas de garrapatos, como se les llama en mi pueblo (Barcarrota, Unión Europea) a las judías verdes. Antes de trocearlos, los garrapatos se despuntan por ambos extremos y se les quita la hebra que recorre sus lomos. También es el momento de sazonar el guiso con un poco de sal. No mucha. La mejor sal para cocinar es la gorda. La de matanza. Es más pura. Se puede moler en el mortero o pasar por una picadora para desmenuzar los granos gruesos. Si molestan.

    Después de sazonar se añade el tomate. No antes. El caldo del tomate contribuirá a deshacer la sal. Si el tomate se pone antes que la sal, gran parte de su jugo se evaporará y no podrá deshacer los granos más gruesos.

    Tan pronto como el tomate ya esté sofrito se pondrá en la sartén el arroz. Hay muchos tipos de arroz. El que mejor toma los sabores es el de grano grueso. Abombado. Y si es de origen nacional, mejor que mejor. Hay marcas muy famosas, que basan gran parte de su prestigio en la publicidad, que venden en España arroz importado de Asía. El nuestro es mejor. Es mucho más sano, tanto para el medio ambiente como para quienes lo comen, cocinar con arroz de cercanía. En las vegas del Guadiana se cultiva un arroz excelente. Guadiala, Guadiarroz... Dos chatos de vino llenos de arroz extremeño por comensal es una buena dosis. Se le da un par de vueltas con la espumadera, pera que se mezcle y se reparta por el fondo de la sartén, y pasados un par de minutos se añade el caldo. Debe llegar hasta los remaches que sostienen las asas de la paella. El mejor caldo para esta paella es el de ranas. Se hace con los restos de las ranas despojadas de sus ancas. Deben estar, lógicamente, bien limpias y libres de todas sus vísceras. Antes de que empiece a cocer se le añaden al agua varias hojas de laurel, las hojitas despalilladas, sin la madera que las sostenían, de un par de ramas de romero y cuatro o seis hebras enteras de perejil fresco. El caldo se lleva a plena ebullición y se pone en la paella muy caliente, haciéndolo pasar por un colador o cualquier otro cedazo que elimine hasta la más mínima de sus impurezas.

    Llegados a este punto, se aviva el fuego con las ramitas reservadas, a las que se le añaden las del romero. Para que aromaticen el ambiente. Una vez que el arroz lleva diez minutos, no más, cociéndose a fuego fuerte, se reduce la intensidad de las llamas, con unos chorritos de agua o retirando ramas, y se distribuyen sobre el arroz las ancas de ranas que se habían reservado. La sartén debe permanecer en el fuego, ya suave, durante siete, ocho o nueve minutos más. Hasta que el caldo se consuma.

    Es precisamente en ese instante cuando llega el momento de retirar la paella de la lumbre y cubrirla con uno o varios paños -según el tamaño- de cocina, limpios. Preferiblemente de color blanco.

    Y eso es todo. Buen provecho.

    P. D. No es imprescindible usar azafrán en esta paella. El tomate de las Vegas del Guadiana y el pimentón de La Vera ya le dan al guiso suficiente color. Tampoco se necesitan ñoras. Las ancas aportan sabor y el pimentón, aroma ahumado. Pero, en cualquier caso, lo dicho: ¡para gustos, las especias!

martes, 13 de mayo de 2025

 Nuevo libro




Acabo de publicar en Amazon un nuevo libro de relatos. Se titula

 

'ESE GATO AMARILLO, 

¿DE QUIÉN ES?'

 

    Es un conjunto de historias, independientes unas de otras, muy variadas tanto en el tema como en el tratamiento y en el tamaño, que tienen como nexo de unión a Extremadura. Formalmente se parece a mi libro, también de relatos, 'La burra con GPS y otros avíos de comer', publicado por la Editora Regional de Extremadura. Aunque creo que este, el

 

'GATO AMARILLO',

 

es mejor. Más redondo. Si le interesa leerlo, puede adquirirlo en Amazon. Si no tiene interés en conocerlo pero no le importa compartirlo en la redes sociales, agradezco que lo haga.

                     Gracias, en cualquier caso.

jueves, 8 de mayo de 2025

Mérida, paraíso del tripeo

José Joaquín Rodríguez Lara

Hubo un tiempo en el que Mérida era el mejor lugar del mundo para tripear. Permítame que lo diga así. Aquella ciudad era el paraíso del tripeo. Tripear no es tapear. Es algo mucho más excitante, por delicado, y por supuesto, muchísimo más suculento.

  Una tapa es un pincho de diseño. Muy bien presentado. Con un nombre excesivamente artístico para tan poco arte como suelen tener. Es un bocado estoqueado, la mayoría de las veces, por un mondadientes u otra clase de palillos también de diseño. La tapa suele tener más fachada que interior.

    El tripeo es otra cosa. El tripeo no es hijo del diseño arquitectónico es retataranieto de la sabiduría hecha tradición. El tripeo no necesita un palillo para sostenerse. A lo sumo, se come con palillos. Aunque donde se pongan un tenedor o una cuchara, que se quite el palo de las banderillas. Por más que sea de bambú. El tripeo no se sirve en un cacho de pizarra desdentada. Se presenta en una cazuela. Si es de barro de Salvatierra de los Barros, mejor. Y nadando en su salsa, no pintarrajeado con ella.

    Las tapas cambian de escenario. El tripeo no. El tripeo tiene su sitio y no necesita cambiar. Para tapear hay muchos establecimientos. Y desde que se inventó 'la ruta de la tapa' cada día se anuncian más. Son intermitentes. Pero los hay. Un fin de semana aquí y al siguiente, allá. El tripeo, por el contrario, es un manjar fijo. De toda la vida. El tripeo lleva a la clientela a los bares. Sabes a los que vas y el porqué vas precisamente a ese templo de la gastronomía de barra y mantel de papel, si lo hay, y no a otro. El tapeo no. Con el tapeo vas al bar, le echas un vistazo a la carta, generalmente en el teléfono móvil, y preguntas al de la pajarita, que te mira muy en su papel, qué cosa es esa, de nombre tan infrecuente, que anuncia el código de la carta o la carta del código o como sea que deba ser.

    En Mérida hay, y siempre ha habido, tapas. Pero la ciudad era famosa por sus raciones de morros de ternera, de callos, de ancas de ranas, de revueltos de criadillas, o de espárragos, por sus riñones en salsa, por sus cocidos de garbanzos cocinados como la madre de Dios manda, por sus caldos de carne y sus refrescos de limón natural, por sus caracoles... Y por tantas cosas más que seducían a los mejores paladares. 

    Eran verdaderos prodigios de las cocinas emeritenses. Y mire usted que yo nunca he sido aficionado a los caracoles. Ni siquiera a los de Gaspar. Pero, ¡cómo iba uno a rechazar la sincera e insistente invitación de un buen amigo y no probarlos! Las malas compañías tienen estas cosas. El cocido de garbanzos de Benito o del quiosco, en cambio... Con sus tocinos, fresco y añejo, con sus huesos, fresco y salado, con su cuarto de gallina, con su magro de cerdo, con su trozo de vacuno, con su chorizo, su morcilla de sangre, su papa entera o muy poco troceada, su porción de repollo, su vino tinto, su pan blanco, su cebolleta blanquísima marinada en agua, sal, aceite y vinagre y su poquino de clandestina intimidad... Cucharada de garbanzos va y mordisco a la cebolla que viene. ¿Hay quien pueda meter más sabor en menos espacio?

    Hubo un tiempo durante el que llegaban a Mérida expertos foráneos para deleitarse con aquellas obras de arte que honraban los templos emeritenses del buen comer. Siempre me ha asombrado que haya títulos, reconocimientos y premios para quienes cocinan y, sistemáticamente, se les nieguen a quienes comen. Que no sólo engrandecen a la gente del cocineo, sino que la mantiene viva. Una mesa sin comensal es mucho menos que un jardín sin flores. A Camilo José de Cela se le puso una placa en un restaurante británico por haber comido en él turmas, vulgo testículos, de morueco. También se le puede llamar carnero, al bicho, pero el morueco tiene mucho más sabor literario.

    Aquellos santuarios emeritenses del tripeo eran más que jardines. Eran paraísos terrenales. Pero, poco a poco, a golpe de esquela y de traspasos, fueron desapareciendo o cambiando de manos El Antillano, más conocido como Nicolás, el Briz, casa Gaspar, el Benito, el quiosco de la plaza, abajo a la derecha según se mira, la venta de los conejos, en el badén de Valverde, el Barroso, el chiringuito de La Charca en el que se podían comer unas sardinas asadas para acompañar el trago largo de la madrugada mientras el elenco del Festival de Teatro ahogaba sus calores en las aguas de Proserpina... El Rufino... Sin embargo, tantos lugares, tantos sabores y tanta sapiencia no lograron evitar que la carta tradicional de Mérida se diluyese.

    La ciudad empezó a abrirse al mundo y, mientras lo hacía, se fue olvidando de sí misma. Más de una vez he recorrido sus calles solo, con el mapa de la memoria en las manos, buscando aquellos lugares, aquellos sabores, aquellas emociones gustativas y he tenido que claudicar, derrotado por la ferocidad del apetito, hincando la rodilla en una hamburguesa o en un plato combinado. Huevo a la plancha, chuleta planchada, croquetas descongeladas mientras se fríen, y kétchup y mostaza y tomate edulcorado y mahonesa pasteurizada. Aditivos y más aditivos envasados en bolsitas individuales de plástico que, si se utilizan, terminan en la basura general y si no se utilizan, también.

    Pero mire usted por donde el jueves, 8 de mayo del año 2025, ha cambiado mi suerte. Como tantas veces había hecho anteriormente, he aprovechado que estaba en Mérida para preguntar dónde podía tomarme una ración de morros de ternera.

    - En el bar Carlos -me han dicho. Subiendo por la calle Suárez Somontes, nada más pasar el colegio, la primera a la derecha. No tiene pérdida. A unos 60 metro de la esquina está.

    Casi se me han saltado las lágrimas. Gloria bendita. Se lo aseguro. Gloria bendita. De repente me he quitado 50 años de encima. Me he reencontrado con mi juventud y me he visto en El Antillano, en el Briz, en casa Benito... Mi única pena ha sido que no estuviera conmigo en ese momento mi compañero y amigo, mi hermano, Raúl Rubio, con quien tantas veces cené de tripeo. A la vuelta de la esquina.

    En el bar Carlos no se necesita tirar del móvil y escanear códigos para saber qué es lo que hay y cuanto cuesta. Todo está escrito, con tiza, como debe ser, en unas pizarras a las que la Unesco debería de haber declarado ya Patrimonio Inmarchitable de la Humanidad. Porque el currículum de Mérida no solamente está escrito en sus mármoles. Hay sabores y hay personas que además de hacer la historia de esta ciudad, se esfuerzan en sostenerla.